sábado, 8 de enero de 2022

Y tú, ¿a qué tienes miedo?

 Yo me tengo miedo a mí misma. Porque llevo una vida entera aprendiendo a defenderme de tormentas, tsunamis, terremotos, pero soy yo quien anuncia el tiempo. Porque es mi boca la que manda callar a mi cerebro, pero es mi cerebro quien manda al corazón decir con palabras lo que sea que le duele. Porque yo desde trincheras disparo balas que rebotan en la parte de atrás del escudo con el que voy a todas partes. Porque es hilo infectado el que utilizo para coser las heridas. Porque corro hacia adelante y no hago más que chocarme con puertas abiertas de coches que aparecen en el camino. Porque no me paro porque tengo miedo de que me agarren por detrás. Y no me doy cuenta de que la única oponente que tengo en la carrera soy yo. Otra yo de la que intento huir cada vez que me encierran en cuatro paredes, cada vez que le doy al play en el Spotify, cada vez que me dejan más de lo necesario conmigo misma. Soy insoportable. ¿Cómo me aguantan los demás? Yo no me soporto. Cállate ya, Bea. Deja de hablar, deja de pensar, deja de gritar. ¿Qué estás diciendo?

Cuando no me entiendo, me paro. Me paro de verdad, y respiro. Y cuento hasta diez y me miro al espejo. No, no al espejo metafórico. Al de verdad. A uno pequeñito que tengo en mi mesa de estudio, redondo, con los bordes rosas y el soporte negro. Y ahí veo estos dos grandes ojos verdes que tengo y me digo, ¿qué? ¿Qué más da? ¿Qué importa si cada tres meses descubres una nueva manera de comerte la cabeza? Nada. No pasa nada. Porque la vida no es una línea, no está escrita, no es un guion en el que cada palabra está minuciosamente seleccionada por el autor para que la audiencia pueda entender de dónde, por dónde y hacia dónde van los personajes. La vida cambia. La vida fluye. Y nosotros fluimos con ella. Y yo, yo cada vez soy un personaje diferente, en una película distinta, con un espacio/tiempo inestable. Y lo normal es tener miedo de lo desconocido. Y tener miedo de los resultados, de los finales, de las consecuencias. Mis amigos me dicen que vivo en una sitcom, pero me lo dicen a malas, como si fuera una lacra. Todos vivimos en nuestros propios cuentos. De eso va todo, de ir tomando decisiones que construyan nuestro relato. Y el mío consiste en aprender a convivir con mi alter ego y dejar de tenerle tanto miedo. Es absurdo. Si la conozco de toda la vida, ¡cómo va a sorprenderme a estas alturas! 

Y tú, ¿te tienes miedo?

miércoles, 5 de enero de 2022

cuando no quieres ver(lo)


              Lo hablas con tus amigas a todas horas. Lo lees en redes sociales. De vez en cuando, escuchas una entrevista en la televisión de una tía a la que no conoces, pero cuyas historias y anécdotas te suenan familiares. Y tú dices a todo que sí, que por supuesto, que a quién se le ocurre tener una relación en la que no hay libertad. Y lo criticas, como hacen todas tus amigas, y te pones nerviosa cada vez que ves un capítulo de la Isla de Las Tentaciones. Sí, ese programa que justifica, que romantiza, que sirve de altavoz para todo tipo de relaciones tóxicas, en las que la dependencia emocional, la masculinidad tóxica, las infidelidades, la competitividad, la humillación y la vejación a mujeres está completamente normalizada y validada. Y tú eres la primera, sí, la primera en ayudar a esa amiga que parece que, por inseguridades, por falta de autoestima, por falta de independencia o por factores X está metida en una relación que para nada la conviene, que le hace daño, que le hace pequeña. Y estás metida ahí, tú, la primera, para luchar contra todo tipo de monstruo.

Pero, un día, por lo que sea, decides mirarte en el espejo. Decides cuestionar lo que piensas, lo que haces, lo que sientes, porque últimamente resulta que te has sentido más de una vez identificada con esos posts que lees en Instagram que hablan de ghosting, de gaslighting o de mansplaining. Está muy bien identificar señales de maltrato o de manipulación en los demás, pero ¿y a mí? ¿Soy capaz de verlas tan claras cuando me pasan a mí? Y entonces es cuando caigo.

Cuando caigo en que hace tiempo que empecé a idealizar una historia de las mías de las que me pasaban de vez en cuando. Ahí me doy cuanta de que mi mente lleva creando películas, una tras otra, basadas en una historia de engaño y de mentiras. Engaños y mentiras que, a mí, como protagonista estrella, me habían beneficiado en cada capítulo. ¿Conoces alguna serie en la que el ser la otra haya salido bien? Yo sí. En Friends, Ross es infinitas veces infiel con Rachel. La audiencia, los frikifans como yo, no lo vemos. No vemos que eso esté mal. De hecho, nos encanta porque, para nosotros, Ross y Rachel hasta el fin del mundo. Claro, y luego, cuando me pasa a mí, cuando yo me convierto en la otra, me creo especial. Y creo que eso no está mal, que se podía haber hecho mejor, pero que bueno, que en historias como estas todo vale. Pero claro, todo pasa. Porque del morbo del secretismo, de esa emoción de “ay, que ESE me ha elegido a mí” no se puede vivir. Eso te alimenta, durante una temporada, y cuando ves que todo se esfuma, es cuando caes en que nadie ha sido aquí especial. En que las películas que a día de hoy te sigues montando, no eran más que eso. No eran más que pensamientos fugaces que te removían algo por dentro porque sí, porque en su día, te sentiste especial.

Y ahora, que no me siento ya casi especial, me enfado. Antes, en situaciones de este tipo, me creía pequeña. Ahora me enfado. Ahora siento rabia. Ahora quiero romperlo todo. En primer lugar, porque no lo entiendo y quiero entenderlo. Porque me han callado y no hay cosa que más odie en el mundo que sentirme silenciada. En segundo lugar, porque sé que he contribuido a hacer daño. Y yo no soy así. No, no soy así. Y, en tercer lugar, porque no he querido verlo. Porque lo he señalado en todo mi alrededor, y tonta de mí que he caído como una gilipollas. Que me la han liado. Y fíjate que al principio me creía la más lista de todas, la que tenía la sartén por el mango, pero no, he acabado cayendo. Cayendo, que no perdiendo. No he perdido nada. Yo ya no pierdo cosas con este tipo de historias.

 Sin embargo, sí hay un ganador. Porque él ha salido impune. Porque él no ha tenido que enfrentarse a la realidad en ningún momento ni a las consecuencias ni al daño causado. Yo sin embargo he tenido que enfrentarme a preguntas. He tenido que cuestionarme, he tenido que recordar, he tenido que enfadarme. Pero ¿y tú? ¿Tú cuándo pierdes? 

miércoles, 6 de mayo de 2020

A ti que nunca te quise.


A ti, que nunca te quise: 
              Te escribí tantas veces preguntándote por qué no me querías que se me olvidó decirte que yo a ti sí que lo hacía. Y ahora que he cogido papel y boli para contártelo, resulta que ya no quieres leer más. A mí ya no se me ocurre qué hacer para que vuelvas a confiar en mí. Porque no importa lo que diga, lo que escriba, lo que haga, que todas las estupideces que he hecho contigo llevarán la voz cantante cada vez que recuerdes mi nombre. Supongo que no podemos cambiar el pasado, pero yo tengo que intentarlo. Y de verdad te digo que no sabes lo frustrante que es sentir lo que siento y sentirme invisible para ti. Y de verdad te digo que no sabes lo que duele que el motivo por el que me hayas dicho adiós sea el mismo por el que yo siempre te ladré.

              No entiendo cómo dos personas que se quieren tanto pueden tomar la decisión mutua de despedirse. Toda la mierda que aguantan, todos los kilómetros que les separan, todas las broncas que desgastan y todos los cambios de dirección que van tomando terminan por ser el punto flaco de la relación. Y eso que dicen que las batallas fortalecen. Precisamente por eso, que tanto nos queríamos que decidimos despedirnos para aprender a ser felices por separado, ya que dejamos claro que juntos era imposible. Así que aquí me tienes, mi vida, pensando en cómo va a ser esto a partir de ahora sin ti. Para esto no me han preparado todas mis rupturas porque no sé por dónde empezar contigo. ¿Cómo se olvida a un amigo, hermano, novio, vecino que lleva contigo tanto tiempo? Sugerencias MD, por favor. Lo más duro no va a ser aprender a vivir sin ti porque sé que puedo y que, tarde o temprano, lo haré. Lo más duro va a ser darme cuenta de que de verdad puedo vivir sin ti. Porque nunca me lo había planteado, porque nunca lo había buscado, porque nunca ni siquiera ahora lo quiero. Creo, sin embargo, que por primera vez voy a pensar en esto como una victoria. Supongo que estamos siendo lo suficientemente valientes al despedirnos para ayudar al otro a encontrar la felicidad. Y cuesta eh, cuesta y duele pensar que no eres capaz de hacer feliz a la persona por la que darías la vida.´

              Voy a llorar, muchísimo, y voy a echarte de menos todos los días de mi vida hasta que se me quite el nudo en el pecho que tengo desde que tomamos la decisión. Pero estoy segura de que todo esto va a merecer la pena cuando te vea feliz. Y cuando te vea vivir tranquilo y quererte y confiar en la gente que te rodea. Daría lo que fuera por volver atrás, pero creo que lo mejor que puedo hacer para enmendar todo el daño que te he hecho es alejarme de ti. Pero eso no quita que me vaya a doler. Y que vaya a pasarme los próximos meses queriéndote sin que te enteres. Perdón por quererte tanto que no fui capaz de demostrártelo. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Y está claro que no he estado a la altura.

Adiós.

             

martes, 31 de marzo de 2020

A yo


Querida tú de hace tiempo:

              Hoy te escribo esta carta porque últimamente he pasado muuuuuuuucho tiempo pensando en nosotras. Y me he dado cuenta de que a lo largo de nuestra vida hemos hecho muchas cosas mal que podíamos haber evitado si nos hubiéramos puesto de acuerdo. Así que antes de que empieces a leer estos consejitos que te facilito para hacerte esto más llevadero, por favor, acuérdate de mí siempre que sea necesario y escríbeme algo bonito, que ambas sabemos que me lo merezco.

En primer lugar, confía en todo el mundo. Sí, ya sé lo que me vas a decir, que después de aquello que pasó es un poco complicado y tonterías. Pero te voy a hacer un spoiler para que me hagas caso: confíes o no confíes te vas a llevar malos ratos igualmente. Así que ya que te van a volver a dar la oportunidad de querer (muchas, muchas más veces de lo que te piensas), disfruta y confía porque, teniendo en cuenta cómo somos, los poemas tristes los vamos a escribir igual. Por lo tanto, tú confía que, con un poco de suerte, te va mejor de lo que me ha ido a mí.

En segundo lugar, déjate llevar. No empieces a contarme ahora las cosas que te gustan hacer y las que no, porque ya lo sé, querida. Pero, por mucho que te guste encerrarte conmigo en nuestro cuarto y leer y escribir, no te hace ningún bien y lo sabes. Así que tranquila, respira hondo, no te preocupes, no vas a hacer nada prohibido ni fuera de ley y no vas a causar problemas mayores. Tómate un respiro. Dale vacaciones a tu cabeza. Deja de mirar a tu alrededor constantemente cada vez que salgas a la calle. Estar más alerta no significa evitar problemas. En todo caso, ser precavida significa atenuar la gravedad de los mismos. Pero ya te digo yo que te va a dar igual, por lo que be water my friend.

Y por último ya, que tampoco quiero hacerte más spoilers, déjate querer. Primero, déjate querer por mí. Déjame cuidarte y mimarte y hacerte sentir bien. Y segundo, deja que los demás te quieran a su manera. Tú y yo bien sabemos que jamás nadie estará a la altura de semejante monumento, pero da una oportunidad a los mortales que te rodean que ya verás como más de uno te da una sorpresa.

Me encantaría contarte una cosa hiper mega fuerte e inesperada que te va a pasar, pero chica, ¡ojalá pudiera vivirlo yo otra vez! Te dejo el disfrute de la primera vez.

Con muchísimo amor

Yo

P.D.: Mi objetivo con esta carta es que llegues a mis años con el corazón un poquito más entero que el mío. Toma mis consejos o déjalos, pero quiérete por favor.

sábado, 29 de febrero de 2020

A ti, que nunca me vas a querer.



Hoy te escribo porque ya es hora de decir adiós.
He estado pensando en nosotros. He recordado los buenos momentos, los besos, las caricias, los abrazos, las llamadas que sí me cogiste, las noches juntos. Me he querido acordar también de cómo empezó todo, del momento en el que casi susurrando reconociste que igual cabía la posibilidad de que hubiera algo entre nosotros que no fuera simplemente amistad. He estado pensando en las vergüenzas del principio y en las risas en todo momento.
Y luego he llorado un poco.
Aunque todos mis recuerdos están manchados de desconfianza y miedo, me hiciste feliz. Y a mi pesar probablemente me lo sigas haciendo. Nunca te he creído, nunca te he querido creer, nunca he apostado por ti. Y a pesar de todo ello, aquí estamos. Con broncas, con idas y venidas, con indiferencia y con muchas mentiras, hasta aquí hemos llegado. Yo no me lo creo ni me lo quiero creer ni apuesto por ti y ni mucho menos por nosotros. No tiene sentido. Algo que está tan sumamente podrido, ensuciado, roto, perdido y desorientado no puede ser ni bueno ni profundo ni puro ni de verdad.
Yo no me quiero. Y todas las veces que más te he necesitado han coincidido con aquellas que menos me he querido. Tú no eras la causa, tú eras la consecuencia. Quería querer y estabas tú, porque tú siempre has estado, aunque fuera bloqueado. Pero, por encima de todas las cosas, quería sentirme querida y estabas tú, aunque fuera en la cama con otra, aunque fuera detrás de una pantalla. Estabas tú y recurría a ti. Y tú más de lo mismo.
No sé si te quiero y no sé si me quieres. Lo que sé es que esta chapuza arreglada con celo del malo tiene que pasar por el taller porque los dos nos lo merecemos. Yo me merezco aprender a estar sola, aprender a convivir conmigo misma, aprender a disfrutar de lo que ahora mismo tengo. Tú te mereces aprender a convivir con los demás, aprender a confiar en ti mismo y en los que te rodean, aprender a arriesgar. Lo siento muchísimo, pero creo que ninguno de los dos va a encontrar su camino si seguimos colocando piedras absurdas en un sendero que creemos compartido pero que ni de lejos lo es.
Voy a llorar muchísimo y a acordarme de todo lo bueno que hemos creado juntos. Voy a querer llamarte, escribirte y lucharte. Voy a confundir la realidad mil veces y lo que de verdad creo otras mil. Voy a cambiar de opinión y voy a volverme loca, como las otras 2011 veces que te he dicho “hasta aquí”. Espero, sin embargo, que esta vez, firmada y publicada la sentencia, me cueste menos llevarlo a cabo.
Tenemos que luchar por nosotros mismos si queremos tener fuerza suficiente el día de mañana para luchar por los dos. Te espero al otro lado para contarte lo bien que estoy dispuesta a estar.
Con dolor y muchísimo amor,

Beatriz .

miércoles, 26 de febrero de 2020

A ti, que sigues sin quererme.



Hoy te escribo a ti porque dueles menos sobre papel.
La última vez que estuviste por aquí quise confesarte, sin éxito, que estaba preparada para cualquier aventura contigo. Que había recuperado todos los trozos rotos perdidos que quedaban de mí. Que, aunque los hubiese pegado con celo del malo, la chapuza había salido bien. Y no sé por qué aquella vez fue diferente a las demás, pero quería que te quedaras de verdad.
Y no sé qué pasó que no te quedaste.
No te quedaste porque no quisiste, porque no te apetecía, porque había cosas más interesantes y entretenidas que hacer. Porque no me cogiste el teléfono, porque no me diste ninguna oportunidad, porque nunca me diste nada. Porque solo me mentías. Porque nunca estabas ahí. Porque siempre había peros y excusas. Porque yo nunca era suficiente. Porque yo nunca valía la pena. Porque solo venías por las noches, cuando yo dormía y no hablaba, cuando solo besaba. Porque nunca te quedabas el suficiente tiempo como para llegar a quererme. Luego, como siempre, con prisas y descaro, volvías a llamar a la puerta.
Y no sé qué pasó aquella vez que no te abrí.
Bueno, en realidad, sí que lo sé. Por eso no te contesto, porque no quiero contarte la verdad. Sin embargo, creo que ya es hora de que sepas por qué no te abrí la puerta la última vez que viniste. El celo del malo no duraba tanto como pensaba y cuando te despediste un poco más tarde, con prisas y marchándote por la puerta de atrás, los trozos rotos se cayeron al suelo y se rompieron en mil pedazos más. Ni siquiera conseguí barrerlos todos porque no fui capaz de encontrarlos.
Por eso te escribo. Me estoy volviendo loca a buscarlos y no puedo encontrar ninguno. Y los necesito. Los necesito porque tengo que arreglarme otra vez. Y sin ellos no voy a poder reparar esto. Así que vuelve para ayudarme. No hace falta ni que nos miremos ni que nos hablemos ni que nos queramos. No hace falta ni que te quedes a dormir. Ayúdame porque no quiero quedarme rota para siempre. Me ayudas y te marchas otra vez. Y así evitas que me rompa de nuevo. Y así lo dejas de estar. Y así me dejas estar.

P.D.: Trae guantes y mascarilla. Todos los cristales rotos que hay cortan profundo, hasta el corazón.

sábado, 22 de febrero de 2020

I'm too difficult to understand and you're too busy to try


En qué momento me he acabado por romper entera. Por más que miro atrás, no consigo localizar el punto de no retorno. ¿Me perdí a los 16, a los 18 o el día en el que me di cuenta de que la vida no es más que una sucesión de constantes malas noticias? No lo sé.  Todo esfuerzo es en vano. No puedo volver al pasado, por lo que supongo que qué mas da. Para qué intentar entender por qué ahora lloro cada vez que veo mi rostro en el espejo. Será que me duele verme tan cambiada, tan fría, tan sola, tan poco yo. De culpables no entiendo, pero si alguien de entre todos los presentes tiene que levantar la mano y entonar el mea culpa debo ser yo. ¿Por confiar? ¿Por no confiar? No lo sé. No terminamos sin motivo alguno en malas situaciones, sino que tomamos malas decisiones. No es mala suerte, es mala estrategia. No es el karma, es torpeza.

Después de todo este tiempo, de lo único de lo que puedo estar segura es de que en esta vida estamos solas. Y no me importa la mierda que contéis del amor ni de la familia ni de la amistad. Porque hasta la fecha todas las victorias las he celebrado frente a un cuaderno y todas las derrotas las he guardado en mi memoria. Y he tenido espectadores en todas ellas y nadie como yo las recuerda. Por eso ahora me pregunto en qué momento empecé a vivir sola. Supongo que fue en el momento en el que empecé a vivir con miedo. Porque cuanto más se te acercan, más duele que se alejen.

En qué momento dejé de contar historias, dejé de preguntar, dejé de pedir opinión. En qué momento dejé de escribir. En el momento en el que descubrí que no merecía la pena. El dolor me duele demasiado como para volver a invitarle a pasar.

viernes, 31 de enero de 2020

Así que hola, aquí estoy de nuevo.

Escribo porque sé que es la única manera que tengo de dar salida a mis pensamientos y evitar que me envenen el ánimo.
Ahora quiero acordarme de la temporada en la que creía que ya había superado todo lo que me había dolido hasta la fecha; en la que llegué a pensar que jamás escribiría de nuevo por no encontrar las palabras; en la que me sentía callada. Pero mala hierba nunca muere. Y toda alma corrompida resurge de sus propias cenizas para consumirse una vez más.
Así que hola, aquí estoy de nuevo.
Lista para volver a matar(me).

domingo, 10 de noviembre de 2019

Por todas esas veces que te escribí queriéndote.


El problema no es que no me quieras. A pesar de todos tus esfuerzos en demostrarme que no lo haces, sé que me quieres. Porque esas cosas se saben. Y yo lo llevo sabiendo mucho tiempo. Estaba segura de que me querías incluso cuando me decías convencido que solo éramos amigos, que jamás me ibas a ver como algo más, que jamás me ibas a querer así. Yo sabía que me querías, pero que tenías miedo. Lo sabía porque algo en tus ojos me lo decía. No era la esperanza, que dicen que nunca se pierde, eras tú. Tú y tu manera de mirarme, de reírme, de abrazarme. Tú y tu forma de hablarles a tus amigos de mí. Porque aunque creas que no, el hablar de mí a alguien que no fuera de los nuestros ya decía mucho de ti.

Ahora que no tienes tanto miedo y dices que me quieres, a mí me han nacido las dudas. Llevo todo esto tiempo esperando (de ti) no sé muy bien el qué ni el cómo. Y ahora te tengo. Lo sé. Lo tengo y lo mejor de todo es que ahora dices convencido que somos más que amigos. Yo creía que era eso lo que quería. Que eras tú, sin peros ni miedos de por medio, a quien necesitaba para comprender bien qué era eso de la confianza, de la complicidad, del amor. Ahora me doy cuenta de que el amor no es querer. El amor es dar, sin esperar nada a cambio, y recibir, sin apenas esperarlo. Y cuando una relación es unidireccional, esto no funciona. Porque el dar se alimenta del recibir. Porque sin dar, el verbo recibir no existiría y viceversa. Y por eso tú y yo no funcionamos ni existimos ni existiremos. Porque de todas las veces que yo he dado, ni siquiera el verbo antónimo ha pasado por tu mente.


Y puedes querer así, pero a mí no. Porque me ha costado mucho quererme a mí misma como para que ahora gaste toda esa energía en quererme por los dos. Yo me quiero por mí. Y no debo hacerlo por nadie más.

lunes, 18 de marzo de 2019

Lo bien que se está cuando se está (bien)


Al tiempo puedes conocerlo de dos maneras diferentes. Puedes ir a verlo de vez en cuando, una vez se haya marchado del vecindario o bien, puedes abrirle la puerta en el mismo momento en que llama al portal. Así que, por ahora, solo conocemos su versión en pretérito y presente.

Feo es cuando lo vemos desde la distancia porque siempre se va mucho antes de lo que en realidad queríamos que se fuese. Y a veces duele verlo marchar porque se lleva con él momentos y personas con las que contábamos para el resto de nuestra vida.
Bonito es cuando lo miramos a los ojos, cuando nos reta a no parpadear, cuando jugamos con él a ver quién es el primero en caer rendido. La mayor parte de las veces somos nosotros. El tiempo nos gana la batalla. Conocemos, amamos, perdemos, olvidamos, disfrutamos y superamos. Y otra vez. Y otra vez más. Como si estuviéramos encerrados en un círculo vicioso que nunca termina, que nunca nos acaba de convencer porque siempre se lleva las cosas antes casi de traerlas. Sin embargo, si lo miramos con perspectiva, desde un futuro no tan lejano, os garantizo que todo ese círculo vicioso forma parte del disfrutar. Y es necesario verlo con distancia porque esto es un suspiro y, por feo y a la vez bonito que parezca, solo tenemos una oportunidad. Una oportunidad para tener 20 años, para celebrarlos, para estudiar y aprobar y suspender. Una única oportunidad de equivocarnos, de acertar, de creer que hemos fallado y de darnos cuenta de que hemos elegido el camino idóneo. Y no importa, no importa no saber, ni no tener la certeza. Y no importa dudar, no importa llorar, no importa sentirse frustrado, no importa no acertar. Esto es parte del juego. Intentarlo, descubrir, averiguar. Mantener al tiempo la mirada hasta que ya no pueda más. Porque si hay que dejarse ganar que sea por cansancio. Por cansancio de probar cosas, de ir, de venir, de llorar y de pasar noches en vela.  Por cansancio, por fatiga de haber estado viviendo lo que se suponía que tenías que hacer y, sobre todo, lo que se suponía que no tenías que hacer. Solo hay una oportunidad de vivir en este círculo vicioso que, aunque no lo parezca, se llama felicidad. Se llama disfrutar. Se llama juventud. 
No sé cómo, pero hazlo. Mantén al tiempo la mirada hasta que sea él el que se retire por cansancio.