Yo me tengo miedo a mí misma. Porque llevo una vida entera aprendiendo a defenderme de tormentas, tsunamis, terremotos, pero soy yo quien anuncia el tiempo. Porque es mi boca la que manda callar a mi cerebro, pero es mi cerebro quien manda al corazón decir con palabras lo que sea que le duele. Porque yo desde trincheras disparo balas que rebotan en la parte de atrás del escudo con el que voy a todas partes. Porque es hilo infectado el que utilizo para coser las heridas. Porque corro hacia adelante y no hago más que chocarme con puertas abiertas de coches que aparecen en el camino. Porque no me paro porque tengo miedo de que me agarren por detrás. Y no me doy cuenta de que la única oponente que tengo en la carrera soy yo. Otra yo de la que intento huir cada vez que me encierran en cuatro paredes, cada vez que le doy al play en el Spotify, cada vez que me dejan más de lo necesario conmigo misma. Soy insoportable. ¿Cómo me aguantan los demás? Yo no me soporto. Cállate ya, Bea. Deja de hablar, deja de pensar, deja de gritar. ¿Qué estás diciendo?
Cuando no me entiendo, me paro. Me paro de verdad, y respiro. Y cuento hasta diez y me miro al espejo. No, no al espejo metafórico. Al de verdad. A uno pequeñito que tengo en mi mesa de estudio, redondo, con los bordes rosas y el soporte negro. Y ahí veo estos dos grandes ojos verdes que tengo y me digo, ¿qué? ¿Qué más da? ¿Qué importa si cada tres meses descubres una nueva manera de comerte la cabeza? Nada. No pasa nada. Porque la vida no es una línea, no está escrita, no es un guion en el que cada palabra está minuciosamente seleccionada por el autor para que la audiencia pueda entender de dónde, por dónde y hacia dónde van los personajes. La vida cambia. La vida fluye. Y nosotros fluimos con ella. Y yo, yo cada vez soy un personaje diferente, en una película distinta, con un espacio/tiempo inestable. Y lo normal es tener miedo de lo desconocido. Y tener miedo de los resultados, de los finales, de las consecuencias. Mis amigos me dicen que vivo en una sitcom, pero me lo dicen a malas, como si fuera una lacra. Todos vivimos en nuestros propios cuentos. De eso va todo, de ir tomando decisiones que construyan nuestro relato. Y el mío consiste en aprender a convivir con mi alter ego y dejar de tenerle tanto miedo. Es absurdo. Si la conozco de toda la vida, ¡cómo va a sorprenderme a estas alturas!
Y tú, ¿te tienes miedo?